Los Tres Días de Oscuridad – Padre Oliveira (2003–2019)
- Lucas Gelásio
- 3 jun
- 4 Min. de lectura

El padre Oliveira no se acuerda de la fecha de la primera vez que tuvo el sueño, solo está seguro de que fue en el año 2003. Siguió teniendo el mismo sueño durante 16 años, variando su frecuencia entre una o dos veces por semana, a veces completo, a veces incompleto — cuando se despertaba en la mitad del sueño. A lo largo de los años, variaban las personas y el lugar donde ocurrían los hechos; sin embargo, los hechos en sí, incluidas las cosas que escuchaba y decía, eran siempre iguales.
Él no había contado el sueño a nadie hasta un día de enero de 2019, cuando tuvo, por primera vez, contacto con las supuestas cartas del padre Pío sobre los tres días de oscuridad. La semejanza era tan grande, que sintió que necesitaba comentar el misterio que lo había acompañado durante tantos años. Después de contar el sueño, nunca más volvió a tenerlo.
Descripción del sueño:
Siempre comenzaba de la misma manera: el padre estaba cerca de la puerta de una casa, afuera, mirando al cielo. En un momento determinado, lo veía enrojecido, pero en un tono diferente al del atardecer o el amanecer. El sol estaba cerca del horizonte. Había como fuego en el cielo, con un color entre el rojo brillante y el azul. Aquello se asemejaba a nubes, pero de una manera que nunca había visto antes, pues parecía fuego.
Entonces escuchaba el sonido de pájaros y los veía, a montones, volando en la misma dirección. El cielo oscurecía demasiado rápido, como cuando se prepara el tiempo para una tormenta. En ese momento, siempre había alguien cerca que hacía la siguiente pregunta: “¿Qué está sucediendo?” La respuesta del padre también era siempre la misma: “¡Está comenzando!” La sensación era de mucho frío.
Después de eso, él se veía ya dentro de la casa. Estaba cerrando las ventanas, con madera, tablones, mantas y otros materiales. Los objetos que usaba en ese momento también variaban a lo largo de los años en que tenía el sueño, pero siempre estaba cerrando todas las aberturas del lugar. Dentro de la casa, había varias personas, todas conocidas del padre, ayudándole a cerrar las ventanas y puertas y llevando comida o mantas de un lado a otro. Siempre en esta parte del sueño alguien comenzaba a cuestionar todo: “¡Esto no es necesario! ¡Es una exageración! ¡Ya dijeron en la televisión que ya va a pasar!” El padre siempre respondía con una orden para que siguieran haciendo el trabajo.
Dos detalles sucedieron en todas las veces que tuvo el sueño: miraba su reflejo en uno de los vidrios de la ventana y notaba que su cabello y barba estaban blancos, aunque no parecía viejo; y siempre que estaban terminando de cerrar todo, algún conocido llegaba en el último momento y se sentía un gran alivio.
La secuencia del sueño seguía igual. A partir de ahí, todo se volvía muy oscuro. No podía identificar el rostro de todos los que estaban en la casa; el número le parecía ser algo entre 20 y 30 personas. Siempre se encendía una luz, en el centro. La primera vez que soñó, eran velas (unas cinco o seis) grandes y pequeñas colocadas en el centro de la sala. En otras ocasiones, era una chimenea, pero siempre con velas al frente o luces de emergencia, con velas también.
En fin, la tercera parte del sueño se resume a esto: todos reunidos en la oscuridad, con alguna pequeña luz en el medio. Todos estaban con el rosario en la mano. Alguien siempre decía en ese momento: “¡Hace mucho frío!” Su respuesta también era la misma: “Ya empezó, mejor recemos y mantengamos el silencio”. Después de ese momento, venía la peor parte del sueño.
Se empezaban a oír ruidos como de rayos y truenos; a veces, parecían como si fueran bombas estallando, viento fuerte y silbidos. Por las pocas rendijas que quedaban, era posible ver parpadeando las claridades de esos rayos o bombas. Era difícil saber de dónde o de qué provenían los destellos. El miedo que se sentía era grande en ese momento. Se sentía, por el suelo y por las paredes, el estremecer de la casa.
La secuencia continuaba de manera perturbadora. Se escuchaban gritos y mucho ruido del lado de afuera, como si una gran multitud estuviera corriendo por las calles. Había ruido de disparos, objetos rompiéndose, personas gritando y sonidos de animales, como de cerdos, caballos y bueyes. El Padre Oliveira compara lo que oía al sonido del infierno.
En ese momento, alguien siempre se acercaba a la ventana, como si quisiera espiar lo que sucedía en el exterior de la casa. El sacerdote siempre se levantaba rápidamente y decía: “¡Aléjate de las ventanas, no mires hacia afuera!”.
El sueño siempre terminaba de la misma manera: él, reunido con algunas personas, alrededor de una pequeña luz, encerrado en una casa, con este infierno sucediendo fuera, mirando las velas. Sentado en un pequeño asiento, se decía a sí mismo: “Sólo necesitamos soportar tres días. En tres días, esto pasará.”
Nunca soñó más allá de este momento. O despertaba antes, o exactamente en este instante.
Traducido por: Katia Nogueira
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