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Anna Catharina Emmerich: El Triunfo de la Iglesia (30/12/1819)

  • Foto del escritor: Lucas Gelásio
    Lucas Gelásio
  • 13 jun
  • 6 Min. de lectura


Hace poco publiqué revelaciones de la Monja Nordestina sobre lo que sucederá después de los Tres Días de Oscuridad.


En una visión, un ángel la llevó a la cima de una montaña y le mostró una manifestación de Nuestro Señor Crucificado en el cielo, con luces saliendo de Sus Llagas. La Cruz brillaba y, detrás de ella, había una inmensa esfera cuya orilla era roja y el centro amarillo.


La Beata Anna Catharina Emmerich tuvo una visión similar. El 30 de diciembre de 1819, después de haber recibido visiones por varios días sobre un grupo que destruía la Iglesia, representada por la Basílica de San Pedro, le fue revelada una batalla. Lea la traducción, en sus palabras, según el libro "The Life of Anne Catherine Emmerich" (Carl E. Schmoger, vol. 1):


“Otra vez vi la Basílica de San Pedro con su elevada cúpula, en cuya cima estaba Miguel, resplandeciente y luminoso. Vestía una túnica color rojo sangre y llevaba un gran estandarte en la mano. Abajo se libraba una lucha desesperada. Los combatientes de verde y azul se enfrentaban a los de blanco. Sobre estos últimos, que parecían derrotados, apareció una espada roja de fuego. Nadie sabía por qué luchaba. Toda la iglesia estaba roja como el ángel, y me dijeron que sería bañada en sangre. A medida que avanzaba el tiempo de combate, la iglesia se volvía más transparente y su color se tornaba cada vez más pálido.


“Entonces el ángel descendió y se acercó a las tropas blancas. Lo vi varias veces frente a ellas. Su coraje se despertó maravillosamente, sin que supieran por qué ni cómo. El ángel atacó a los enemigos hacía la derecha y hacía la izquierda, y ellos huían en todas direcciones. Entonces, la espada llameante que emergía sobre los blancos victoriosos desapareció. Durante la lucha, las tropas enemigas desertaron constantemente al otro lado; en un determinado momento, fueron gran número.


“Varios santos flotaban en el aire sobre los combatientes, indicando lo que debían hacer, haciendo señas con las manos, etc. Todos eran diferentes, pero impulsados ​​por un mismo espíritu.


“Cuando el ángel bajó, vi por encima de él una gran cruz brillante en los cielos. En ella colgaba el Salvador, cuyas llagas esparcían rayos brillantes sobre toda la tierra. Aquellas Llagas gloriosas eran rojas como puertas relucientes y su centro era de un amarillo dorado como el sol. No llevaba corona de espinas, pero de todas las heridas de su cabeza emanaban rayos. Los rayos de sus manos, pies y costados eran finos como cabellos y brillaban con los colores del arco iris. A veces se unían y caían sobre pueblos, ciudades y casas de todo el mundo. Los vi aquí y allá, lejos y cerca, cayendo sobre los moribundos, y almas entrando a través de los rayos de colores en las llagas del Salvador. Los rayos del costado se extendían por la iglesia como una poderosa corriente, iluminando cada rincón. Vi que la mayor cantidad de almas entraban en el Señor a través de estas corrientes brillantes.


“Vi también un corazón rojo brillante flotando en el aire. De un lado, una corriente de luz blanca fluía hacia la Llaga del Sagrado Costado; del otro, una segunda corriente caía sobre la Iglesia en muchas regiones. Sus rayos atraían a numerosas almas que, a través del Corazón y el torrente de luz, entraban en el Costado de Jesús. Me dijeron que ese era el Corazón de María.


“Además de esos rayos, vi cerca de treinta escaleras bajando de las Llagas; algunas, sin embargo, no alcanzaban la tierra. No eran todas iguales, algunas eran estrechas y otras anchas, unas con grandes vueltas y otras pequeñas, unas solas y otras juntas. Su color correspondía a la purificación del alma: primero oscuro, luego más claro, después gris y, por último, cada vez más brillante. Vi almas subiendo las escaleras con mucho dolor. Algunas escalaban rápidamente, como si hubieran sido ayudadas desde arriba; otras avanzaban ansiosamente, pero resbalaban hacia atrás en las vueltas inferiores; otras caían completamente en la oscuridad. Sus esfuerzos dolorosos y afligidos eran conmovedores. Aquellas que subían con facilidad, como si fueran ayudadas, parecían estar en comunicación más cercana con la Iglesia. También vi muchas almas de aquellos que cayeron en el campo de batalla tomando el camino que conduce al Cuerpo del Señor.


“Detrás de la cruz, en el fondo del cielo, vi innumerables imágenes que representaban la preparación iniciada hace siglos para la obra de la Redención. Sin embargo, no logro describirlas. Parecían las estaciones del Camino de la Gracia Divina desde la Creación hasta la Redención. No siempre permanecí en el mismo lugar. Me moví entre los rayos, vi todo. ¡Ah, vi cosas inexplicables, indescriptibles! Me pareció que la Montaña del Profeta se acercaba a la cruz y al mismo tiempo permanecía en su propia posición, y la vi como en la primera visión. Más arriba y detrás de ella, había jardines llenos de animales y plantas brillantes. Sentí que era el Paraíso.


“Cuando la lucha en la tierra terminó, la iglesia y el ángel se volvieron brillantes y resplandecientes, y el ángel desapareció. La cruz también se desvaneció. En su lugar, quedó una señora alta y resplandeciente, extendiendo allí su manto de rayos dorados. En el interior de la Iglesia ocurría una reconciliación. Se practicaba actos de humildad. Vi a obispos y pastores acercándose e intercambiando libros. Las diversas sectas reconocieron a la Iglesia por su victoria milagrosa y por la luz pura de la revelación que habían visto irradiar sobre ella. Esta luz nació de la fuente que brotaba de la Montaña del Profeta. Cuando vi esta reunión, sentí que el reino de Dios estaba cerca.


“Noté un nuevo esplendor, una vida más elevada en toda la naturaleza y una emoción sagrada en toda la humanidad, como en la época del nacimiento del Salvador. Sentí tan intensamente la cercanía del reino de Dios que me vi forzada a correr hacia él, dando gritos de alegría.


"Tuve una visión de los ancestros de María. Vi todas las ramas de su linaje, pero ninguna flor era tan noble como ella. La vi venir a este mundo. Cómo, no puedo expresar, pero de la misma manera que siempre veo la cercanía del reino de Dios, con la cual solo puedo hacer comparaciones. Lo vi apresurado por los deseos de muchos cristianos humildes, amorosos y fieles.


“Vi en la tierra muchos rebaños pequeños y luminosos de corderos con sus pastores, los siervos de Aquel que, como un cordero, dio Su Sangre por todos nosotros. Entre los hombres, reinó el amor ilimitado de Dios. Vi pastores que conocía, que estaban cerca de mí, pero que poco soñaban con todo eso, y sentí un deseo intenso de despertarlos de su sueño. Me alegré como una niña, porque la Iglesia es mi madre, y tuve una visión de mi infancia, cuando nuestro maestro de escuela nos decía: ‘¡Quien no tiene a la Iglesia como su madre, no ve a Dios como su padre!’ Nuevamente me sentía como una niña, pensando como en esa época: ‘¡La iglesia es Piedra! ¿Cómo, entonces, puede ser vuestra madre!? Sin embargo, es verdad, ¡es vuestra madre!’ Y entonces pensé que iba hacia mi madre cada vez que entraba a la iglesia, y grité en mi visión: ‘¡Sí, ella es, de hecho, vuestra madre!’ Ahora, de repente, vi a la Iglesia como una bella y majestuosa señora, y me quejé de que dejaba que la ofendieran con negligencias y malos tratos por parte de sus siervos. Le imploré que me diera a su hijo. Ella puso al Niño Jesús en mis brazos y hablé mucho con Él. Entonces tuve la dulce certeza de que María es la Iglesia; la Iglesia, nuestra madre; Dios, nuestro padre; y Jesús, nuestro hermano. Me sentí feliz de haber entrado, cuando era niña, en la madre de piedra, la iglesia y, por la gracia de Dios, haber pensado: ‘¡Estoy entrando en mi santa madre!’


“Vi una gran fiesta en la Basílica de San Pedro que, después de la victoriosa batalla, brilló como el sol. Vi numerosas procesiones entrar en ella. Vi a un nuevo Papa, serio y enérgico. Vi, antes del inicio de la fiesta, a muchos obispos y pastores malos ser expulsados por él. Vi a los santos apóstoles tomar un papel destacado en la celebración. Vi que se confirmaba la petición: ‘Señor, venga a nosotros tu reino.’


“Parecía que veía los jardines celestiales descendiendo desde lo alto, uniéndose a lugares puros de la tierra y bañando todo con la luz original. Los enemigos que huyeron del combate no fueron perseguidos; se dispersaron por su propia cuenta.”

 

 Estas visiones sobre la Iglesia se han transformado en una contemplación de la Jerusalén Celestial.


La escena relatada por la beata tiene varios elementos similares a la revelación de la Monja Nordestina: la cruz resplandeciente en el cielo, con Nuestro Señor crucificado; las luces saliendo de las llagas, las procesiones en el momento de la victoria, entre otros. Sin embargo, mientras la visión de la monja parece ser una descripción literal, la de la beata parece ser más bien simbólica.


Se puede entender a los guerreros de blanco como los defensores de la Iglesia. En el sufrimiento de la batalla, Jesús Misericordioso purifica a los hombres configurándolos a Su Pasión. Como consecuencia, la humanidad se convierte.


Este escenario no es el Juicio Final, sino una tribulación purificadora, en la cual triunfará la Iglesia Católica a través del Inmaculado Corazón de María. Y quienes estén en él, también triunfarán.


Traducido por: Katia Nogueira


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