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El Octavo Mandamiento y la Caridad en la Interpretación

  • Foto del escritor: Lucas Gelásio
    Lucas Gelásio
  • 4 ago
  • 2 Min. de lectura
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Dios es la Verdad. Como debemos buscar Su presencia en todo lo que hacemos, decimos y entendemos, el octavo mandamiento ordena no dar falso testimonio.


Una forma de ofender la verdad es cometiendo el pecado de juicio temerario. Según el Catecismo, lo comete quien "admite como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo" (§ 2477). Para evitar este pecado, es necesario "interpretar de modo favorable tanto como sea posible los pensamientos, las palabras y las acciones del prójimo" (§ 2488). Dijo Santo Ignacio de Loyola:


"Todo buen cristiano debe estar más inclinado a disculpar las palabras del prójimo que a condenarlas. Si no es posible disculpárselas, debe preguntarle cómo las entiende; y si él las entiende mal, que sea corregido con amor; y, si eso no basta, que se busquen todos los medios apropiados para que, comprendiéndolas correctamente, se salve." (Ejercicios Espirituales, 22)


La Iglesia siempre ha sido muy prudente en sus juicios. Cuando se juzgaba a un hereje, se realizaban largas investigaciones y, muchas veces, el acusado tenía derecho a un abogado pagado por el Estado. En las disputas teológicas, el primer deber de la contraparte era confirmar si había comprendido correctamente al adversario, anunciando, con sus propias palabras, la proposición ajena, de modo que el debate sólo tuviera continuidad después de una confirmación positiva. La caridad nos obliga a considerar la posibilidad de haber entendido mal lo que el otro dijo. 


Fuera de los pronunciamientos infalibles, la Iglesia reconoce que puede existir error en los juicios y pastorales, muchos de los cuales han sido posteriormente rectificados. No es erróneo, por lo tanto, entristecerse por alguna decisión del Clero. En 2021, el Papa Emérito Benedicto XVI leyó, con dolor en el corazón, la restricción a la celebración de la Misa Tridentina publicada por el Papa Francisco, pero eso no significó ninguna ruptura entre ellos. 


Si, incluso del Sumo Pontífice es lícito divergir, es evidente que también podemos no estar de acuerdo con un hermano. Sin embargo, toda discordancia debe partir de la buena voluntad en la comprensión de la posición del prójimo. Jesucristo nos enseñó que, de la manera en que juzgamos, seremos juzgados, y puso como quinta petición del Padre Nuestro que Dios juzgue nuestras faltas, así como nosotros juzgamos las de los demás. Quien condena con rigor, pide ser juzgado con ese mismo rigor por el Señor.


Por eso, la quinta bienaventuranza es la del misericordioso, porque es así como se alcanza la Misericordia.


Traducido por: Katia Nogueira




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