¿Y cuándo parece que no nos queda nada más?
- Lucas Gelásio
- 22 sept
- 1 Min. de lectura

La vida espiritual es un largo camino hacia Dios. Su inicio está lleno de consuelos, que son como jardines que adornan los márgenes de este sendero. Con su belleza y fragancia, estas flores animan nuestra determinación de seguir adelante.
Pero las flores no son Dios. La creación es finita, insuficiente. Con el tiempo, el consuelo pierde su eficacia y el camino de la vida espiritual se vuelve monótono. Entonces, por nuestra debilidad en esos momentos, los jardines terminan convirtiéndose en distracciones. Nos sentimos tentados a detenernos y conformarnos solo con las flores, mucho más cercanas que la meta final.
Para evitar que nos detengamos a mitad de camino, Dios permite que las flores se marchiten. Y para que no nos desviemos en busca de otros consuelos, el jardín antes florecido ahora se vuelve espinoso.
Es en este momento que debemos recordar que lo que realmente importa es nuestro destino, el Señor, y nada más. Si logramos avanzar, al final, encontraremos a Dios y lo conoceremos sin distracciones en el alma, sin recurrir a esos viejos consuelos. Lo veremos de una manera limpia y pura, como nunca lo habríamos visto si fuéramos por otros caminos.
Cuando parezca que todo está perdido, que ya no queda consuelo, mantengamos la esperanza y sigamos adelante. El final de este viaje está cerca, y el Señor nos está esperando.
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